La historia de los pueblos está plagada de errores de buena voluntad, errores que, mirados desde la perspectiva de generaciones futuras, parecen absolutamente ridículos pero, sin embargo, no fueron detectados por los habitantes de los pueblos o las culturas que cometieron dichos errores. Sólo para nombrar, quizá uno de los casos más famosos y con mayor repercusión, basta recordar la dictadura fascista alemana que, mezclada con otros factores, causo la reanudación de la Primera Guerra Mundial en lo que ahora conocemos como Segunda Guerra Mundial, cuyo fatídico resultado es bien conocido. Hitler no llegó al poder alemán por un golpe de estado sino con la aprobación de Hindenburg y Reichstag, a través de un engaño pero sin la figura de una derogación violenta del gobierno. Aprovechando la deteriorada moral alemana, herida de muerte con las ominosas condiciones impuestas en el Tratado de Versalles, Hitler logró consolidad su imagen de salvador ante el pueblo teutón.