– Se lo tengo con tesoro al final. O sin tesoro, como lo prefiera. Le recomiendo el primero si no tiene objetivos en la vida y quiere forjarse uno a partir de una leyenda. Le garantizo muchos momentos de alegría pero también largas etapas de trabajo para encontrarle. El otro, sin tesoro, se lo recomiendo si tiene alguien que le de una mano para apretar al final de la lluvia, en ese caso no necesitas buscar lo que ya tienes a tu lado.
Así explicaba Doña Cecilia cada vez que le preguntaba en el mercado cuantos productos tenía para vender ese día. Invariablemente tenía uno solo: arcoíris. Cada semana se le encontraba sentada en un taburete entre las frutas y las artesanías. Ella decía que todo aquel que hubiese tomado un jugo de curuba estaba listo para tener su propio arcoíris.
Los padres se los compraban a los niños como regalo para que jugaran durante las vacaciones. Se les veía a todos en el parque compitiendo por cual tenía el prisma más completo, cuál tenía los colores más vivos, cuál tenía un arco más grande. Todos se entrecruzaban, convirtiendo los días en explosiones de colores que salían de las sonrisas puras y soñadoras de criaturas a las cuales aún nadie, ni ellos mismos, les había roto su arcoíris.
– Doña Cecilia, por qué no toma usted los tesoros de esos arcoíris que vende y se evita el tener que venir a trabajar todos los domingos? – Le preguntaban aquellos que se querían pasar de listos.
Ellas los miraba con ojos que habían visto mas de lo que hubiesen querido. Opacos y cubiertos por las cataratas de tristeza que traen los años. Les decía:
– No te preocupes, ya llegará un día que descubras que las riquezas no son necesariamente antiguas copas de oro o doblones de plata rodeados de piedras preciosas.
– Entonces, qué son? – Le preguntaban inquisitivamente.
A lo cual ella contestaba: – Eso depende de tu arco iris. Hay personas que se empeñan en llegar a un cofre de monedas y nunca lo alcanzan, caminan y caminan y jamás ni disfrutan los colores. Hay otros que se atontan con los primeros destellos de luz y apenas dan dos o tres pasos sin descubrir nada más allá. La mayoría ni saben qué es lo que están buscando, cual es su tesoro. Por eso yo vendo un arcoíris para cada persona. De hecho, es probable que cada número de años descubras que aquel que tenías no sea el más adecuado para ti y tengas que venir a comprarme otro.
– Estará usted aquí para vendérmelo Doña Cecilia?
– Yo siempre estaré aquí sentada viendo la gente pasar porque mientras haya mundo habrá gente buscando un arcoíris para seguir, una ruta por la cual soñar, unos colores que saborear. Dime pues, cual quieres? Con o sin tesoro?